Estar a punto de morirse no es algo que haya sentido antes, tampoco es tan distinto de cualquier otra sensación, algo que percibí y que no dista tanto de las representaciones populares de la muerte es que, se siente en el esqueleto, es como tener una hambre que no puede ser saciada, o si tuviese en la boca del estómago atorada una piedra redonda y achatada que no permite el paso del alimento o del aire, que te enfría desde el centro y hace flaquear todo lo demás. Recuerdo que cuando era muy pequeño me pasó algo parecido; enfermé de gravedad, mi cuerpo desvanecido y frío casi se pierde -te pusiste bien grave. Recuerda mi padre, un hombre que por veinte años se dedicó a atender urgencias en el hospital general. Recuerdo bien la sensación de la piedra.
A lo largo de la adolescencia estuve en circunstancias sociales que, fácilmente pudieron haber terminado en muerte, desde la guerra mentirosa de un presidente espurio que se dedicó a buscar chivos expiatorios para legitimar el fraude, que criminalizo la juventud y envío agentes federales a toda la república con la excusa de cubrir labores de seguridad pero que, pronto se pervirtieron y descompusieron el tejido social hasta un punto que hoy en día pareciera irreversible, perdimos a muchos así, entre ellos uno de mis más cercanos amigos, degollado en un baldío, su único crimen fue el des balance emocional de haber crecido entre padres abusivos, crecí rápido, en la calle y de noche porque los adolescentes teníamos mucha energía y ganas de experimentar el mundo, lo único que experimentamos fueron conductores ebrios chocando en las esquinas y policías intoxicados envalentonados afuera de los bares buscando pelea, muchas veces armados disparaban al aire o solo te apuntaban y se reían mientras pasaban, el acoso policial era el pan de cada día, una ocasión me pasaron una llanta de motocicleta sobre el pie con la escusa de una revisión, otra me robaron los cincuenta pesos del pasaje, otra el celular, en un ocasión me pidieron cigarros y al ver qué no traía encima me pidieron dinero para comprarlos, una ocasión “extraordinaria” me secuestraron de manera exprés solo para golpearme entre seis en un baldío, con alguna excusa extraña, recuerdo a uno de ellos, con muy baja estatura tratando darme de patadas al estilo comedia de acción de los noventas echando espuma por la boca gritando que si me volvía a ver me mataría, la verdad es que sus golpes no dolieron, sólo oriné sangre por dos días. Después me di cuenta que tuve suerte y mucha, en otras ocasiones algunos conocidos fueron secuestrados de exprés, entregados a las autoridades con delitos fabricados o descalabrados y dejados inconscientes en baldíos, a los policías les encantaban los baldíos, negados sus derechos civiles por años y obligados a firmar. Así, una parte de mi generación que ronda los treinta años, fuimos volviéndonos aislados, al menos los que vivimos este mundo en la adolescencia, me sorprendo de mis ex compañeros que no salieron en esa edad, ahora tienen hijos, les gustan las “pedas”, los corridos y tienen un urgencia por recuperar el tiempo perdido, no lo digo a mal, a veces los envidio por haber tenido una vida más normal, a la excepción preferimos reunirnos, pasar horas en silencio o escuchando cómo se fábrica la cal en algún lugar olvidado por la modernidad; no mencionaré el lugar en dónde vivo, pero daré las coordenadas para que puedan inferir, hacia arriba Ayotzinapa, más arriba Lucio Cabañas, a la derecha Genaro Vázquez, a la izquierda Iguala y abajo Acapulco, los de aquí poco sabemos de aguas blancas, los redescubiertos vuelos de la muerte, la verdadera guerra sucia, o la guerra en el paraíso, las resistencias de Morelos o el héroe que le dio nombre al estado, poco sabemos de las lógica del otro estado, para aumentar la presencia institucional, para atraer a los grupos armados a conflictuar, apoderándose así de las tierras para darlas como tributo a las mineras extranjeras, la lógica de la censura y la invisibilidad, tácticas de represión y supresión de los más nobles movimientos soberanos de los pueblos, defensores del estado y la institución, marginados del intelecto, clase baja que se cree media y media que se cree alta, consumidores de basura que predican la superioridad moral cuando ven manifestantes, que apoyan el aparato de represión porque hacen llegar tarde en automóvil a un lugar al que bien podrían caminar; después de todo y parafraseando a Allende, ser de aquí y ser de derechas es una contradicción hasta biológica.
Regresando al tema de la muerte hace poco estuve a punto de morir de nuevo, otra vez una experiencia alternativa, nada épico ni digno como nos muestran las novelas o las películas, por el contrario, una experiencia precaria e insospechada, tan bajo como morir ahogado en tu propia mierda… Literal, resulta que mi apéndice estaba mal desde hace algunos meses y no me había percatado, o más bien lo atribuía a otra cosa. Un mal un día me encontraba indigestado, entonces fui a una de esas consultas externas y me diagnosticaron intoxicación por alimentos, me dieron un antibiótico y unas pastillas para el dolor, creía que los hombres no teníamos derecho al dolor sin embargo tomé los analgésicos, mi apéndice reventó mientras hacía el esfuerzo por vomitar en la banqueta y creí que el dolor era natural, en los días siguientes no mejoré ni empeoré, sentía la piedra, sin saber sólo estaba sobreviviendo, el cuarto día fue distinto, la fiebre me provocó pesadillas toda la noche y al día siguiente tuve una extraña alucinación, suelo dedicarme al proceso creativo pero lo que ví fue muy distinto a lo que mi mente suele develar, algo que no describiré aquí, creí ver a Dios, los días siguientes comencé a mejorar, fuí al cine y me divertí bastante, en la noche tome dos vasos de agua y mientras dormía sentí como el agua burbujeaba y se regaba entre mis vísceras, por la mañana el gato maulló y me levanté a abrir la puerta, mi madre me encontró de pie y en mal estado, entonces decidimos ir a urgencias, el lugar era como un cuadro del Bosco, sólo hacía falta un diablillo tocando el claricornio con el culo, ver tanta gente en gran dolor me hizo sentir tan indigno de un hospital, cómo un niño caprichoso exigiendo atención en un lugar público, frente a mi un hombre corpulento y de mi edad, sufriendo por el mismo padecimiento pero en cama, desmayado y pálido, esperando su intervención, a mi izquierda un hombre haciendo un saludo nazi porque la herida de su brazo chorreaba sangre hasta el escritorio de enfrente, un anciano loco exigiendo el mayor esfuerzo del personal, algunos otros más a mis lados igual de canalizados, los intoxicados con pintura iban a venían por los pasillo, un momento estaban bien y querían irse y otro desmayaban y los traían de vuelta en silla de ruedas, así que todos estábamos drogados con el intenso hedor que inundaba el ambiente, en algún momento tuve un ataque de pánico pero me quedé sentado y rígido, una enfermera se acercó y me preguntó si estaba bien, me veía pálido y temió que me desmayara en la silla con la unidad de suero pegada al brazo, le dije que estaba bien allí y me dejó, así que comencé a meditar mientras esperaba, estaba calmo y mi mente deambulaba en las pinturas y textos pendientes, otras veces fantaseaba con que algún doctor vendría a verme, me diría que estaba sano y me haría regresar a la comodidad de mi cama a descansar, dicen “piensa siempre lo peor y acertarás”, así que llegaron con mis estudios de sangre y me dijeron ‘in concluyente’, todo parece bien, yo estaba calmo, sentado esperando, así que se tomaron su tiempo y me dejaron ahí, sentado con la cabeza confundida, todo bien, pero por dentro sabía que las cosas no estaban bien. Pasaron ocho horas y yo sentado, mi mente se había distraído y pensaba en cómo terminar una historia que llevo años escribiendo, una de las enfermeras que me atendió al ingreso regreso y al verme sentado apuró el ultrasonido, me hicieron caminar el largo pasillo, entrar al cuarto, acostarme y esperar a que el especialista terminase de ver sus reels de YouTube, me vio y dijo, ‘ups, esto ocupa cirugía’ y me mandó de regreso, allí todo se transtornó, me dieron un rastrillo y me mandaron a un baño en mal estado higiénico a rasurar barba y vientre, así que, con una sola mano cumplí mi labor no sin acabar lleno de cortaduras, veía una pequeña polilla pegada a un costado del espejo diciéndome, ‘que lugar más precario para reflexionar’, estaba en el veinte por cierto de sobrevivientes a una apendicitis aguda después de tres días, según estándares internacionales, a fin de cuentas no vivimos en un país tan subdesarrollado. Apenas pude decir algo a mi novia y me pusieron en camino hacia el quirófano, ahí dentro experimenté lo divino, como un flash que devela un cuarto en la oscuridad vislumbré mi esqueleto y mis nervios cuando el anestesiólogo hizo su rápida labor, las personas en la sala esperaron un minuto antes de que mi cuerpo estuviera completamente entumecido y luego me manipularon como un muñequito, me colocaron en posición, ataron mis brazos y me cubrieron con campos, podía sentir sus manos, sus miradas y sus cuerpos desplazándose por la sala, hablaban un lenguaje que no podía entender y cuando preguntaba solo me veían con indiferencia y seguían su labor, sin duda era un inmigrante en una tierra fuera de mi entendimiento, sentí el bisturí cortando mi carne, la sangre mezclada con isodine resbalar por mi costado, trataba de ver lo que sucedía en el reflejo de la lámpara, sólo veía los guantes azules bañados en sangre operar sobre mi humanidad, vi una capa de grasa con piel doblada debajo de una pinza, sentía sus instrumentos entrar en mi cuerpo, amplio como una carretera, mis entrañas estaban expuestas y podía sentirlo todo, mis pulmones al llenarse de aire, mi corazón palpitar y mis tripas retorcerse con cada movimiento, sus manos apoyarse en mis costillas para meter las gazas que absorbieran mis jugos, limpiar mis paredes llenas de residuos con antibiótico y cuando comenzaron a coserme después de casi dos horas de operación, mi cuerpo levitar bajo el hilo que uniría mi carne con tanta fuerza que me quemaría como una braza incandescente, sin duda la experiencia más siniestra y divina que haya experimentado, y en vez de comportarte al nivel dije alguna estupidez, pude revirar un poco al salir cuando agradecí a los cirujanos, ya en observación decidí que era justo desmayar y cuando cerré los ojos vino a mi otra alucinación inverosímil a mi creatividad, tan terrorífica que no describiré aquí, creí ver el infierno, así que los siguientes días de recuperación no dormí por miedo a no volver a abrir los ojos.
